Si hablamos de historia 100 años es un espacio de tiempo casi despreciable. A pesar de que en la actualidad cada vez se suceden los acontecimientos de forma más precipitada, sigo pensado que en un siglo no llega a olvidar lo suficiente en la memoria colectiva como para considerar que este lapso es decisivo para el asentamiento de otra realidad.
El caso es que nuestra relación con la música es mucho más directa e irreverente de lo que lo ha sido nunca. Si pudiéramos mirar por un agujerito un día cualquiera del siglo XVIII, veríamos que el acceso a la música era muy desigual a la sociedad. Había cierta música que el pueblo escuchaba y otra que escuchaban los nobles. Toda ella siempre en directo, no había forma de retener aquello producido por los músicos de ninguna manera. Era algo como una performance, algo que pasaba en ese instante y lugar. Podemos elucubrar sobre cómo interpretaban, pero nunca lo sabremos con certeza. y dudo mucho que todo el mundo tuviera acceso a la música todos los días y en todo momento. El acceso a la música, sobre todo la culta, estaba reservado a ciertos elegidos por la mano de la economía o de la sociedad, acompañaba al poder del individuo. y desde luego se le solía prestar una atención casi reverencial (podríamos discutirlo, sí lo sé, pero trazo grandes rasgos).
Y no hace falta irse tan lejos, aparece el fenómeno discográfico, hace poco más de 100 años, y resulta que sucede igual. Sólo tiene acceso al disco la persona que económicamente se lo puede permitir. Nuestros padres todavía recuerdan quién tenía en el barrio o en el pueblo un tocadiscos, y pasar las tardes en casa de esa persona escuchando música, los guateques. Se trataba la música con más respeto, con otra actitud. Y no se tenía acceso a demasiado, tan sólo a aquello que aquél vecino había podido comprar.
Y la teconolgía, después de nacer, creció y se reprodujo. ¡Cielos! ¡Y de qué forma! El caso es que hemos llegado a un punto en el que la música nos puede acompañar en todo momento. En este punto me acuerdo de películas como Lo que el viento se llevó, en la que la música no deja de sonar ni un sólo momento, genera un horror vacui auditivo que resulta irreal, un sin sentido que hoy casi se torna real. Los teléfonos ya no suenan a teléfono, tienen esta o aquella melodía que está ahora de moda. Y si no está sonando tu teléfono, es posible que estés viajando en el bus y que te encuentrres con que el que va a tu lado lleva a música a toda leche en si celular. Y si no, te vas a una tienda a buscar unos pantalones, o vas al supermercado, sales a correr y te cuelgas el Ipod. Simplemente puedes llegar a no tener un minuto se silencio si no lo controlas. A veces ya ni le prestas atención a lo que suena., está ahí, de fondo.
Recuerdo cuando tenía 15 años y me intercambiaba cintas de cassette con mis amigos, era casi un tesoro, te la copiabas y se la devolvías, y vaya cabreo si no te la devolvían. A saber si podías hacerte con el contenido de aquella cinta... Sin embargo hoy, damos CDs de música grabada como el que da caramenlos, o ni eso, al lápiz y punto. Pierde valor lo físico, y almacenamos tanto que ni siquiera lo llegaremos a escuchar todo. O ya ni eso, abres el Spotify y no te hace falta ni descargar la mayoría de música, que ya casi todo está ahí.
Y ahora viene el problema, a las compañías discográficas no les agrada cómo se va girando la tortilla. Son incaaces de inventarse algo y reinventarse a sí mismas. Y claro, como ellas tienen los cuartos y la señora SGAE está acojoná (como la Estatua de la Libertad, no sabe si le viene por delante o por detrás, como decían losMártires del Compás) y no hace más que apretar, en una lucha que saben tienen perdida de antemano. Pero por si acaso funciona, la presión y el castigo siempre fueron buenos disuasores en este país (qué buen ejemplo nos dejó de todo esto la Santa inquisición).
La tecnología actual, pues, nos facilita a todos al acceso a una cantidad de archivos y conocimiento que de otra manera no podríamos permitirnos. Si no pudieramos escuchar toda esa música de forma gratuita no la escucharíamos, no descubriríamos aquél grupo del que nunca he oido hablar pero que de casualidad he visto y no veas cómo suena, no podríamos pagar le precio que ellos nos proponen por lo que escuchamos, etc. No vamos a compara más discos por el hecho de que se penalice la descarga por internet. Entonces, ¿por qué no asumir que la realidad sigue cambiando y cambian ellos también? Desde luego algo está pasando cuando visto lo visto, cada día hay más artistas que se autogestionan y pasan de las discográficas que sólo miran por sus intereses, y cada día más gente se sube al barco de las licencias Creative Commons. La cultura se va democratizando aunque ellos pongan todas las trabas posibles. Sería irónico que se diera el caso de que todos los artistas dieran la espalda a las discográcias y a la SGAE, y se encontraran solos en su isla de mediocridad y ambición capitalista, cual crápula en su castillo. ¡Estoy dispuesta a pagar por ver eso!
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